Fin de ciclo, comienzo de ciclo

El año termina y estoy feliz de todo lo que sucedió. Hice lo que quise, no me privé de nada.
Este fue el año de aprender a no postergar. Es también la euforia de «estar adecuado» a cada momento del deseo. También el entusiasmo que aparece cuando uno no desea nada.
Y eso me trajo también la sensación de lleno y atiborrado, las dos enfermedades que me obligaron a frenar y con las cuales seguí aprendiendo sobre mi mismo.
Aprender sobre la unión, la comunión, la común-unión de las cosas, ese aprendizaje que no termina nunca.
En este fin de ciclo en el que todo recomienza vuelvo a decir gracias. Despedirse es también darse una bienvenida. Pedir es despedir, empujar es ceder. Inspirar es expirar, morir es nacer. Gracias.

Acrobacia en tela / Mis noches sin ti

No puedo explicar la euforia que me genera haber hecho esto.
Esta euforia contrasta con el contenido del número.
Puedo decir entonces: este sí que es un amor productivo!

Before sunset II

Celine: -I guess when you’re young you just believe there’ll be many people with whom you’ll connect with. Later in life you realize it only happens a few times.  

Yes

Before Sunset

Director: Richard Linklater

Screenplay: Richard Linklater, Julie Delpy, Ethan Hawke

Story & Characters created by: Richard Linklater, Kim Krizan

 

Jesse: Ethan Hawke

Celine: Julie Delpy

 

Celine: -People just have an affair, or even entire relationships; they break up and they forget. They move on like they would have changed brand of cereals. I feel I was never able to forget anyone I’ve been with. ‘Cause each person has… you know… specific qualities. You can never replace anyone. What is lost is lost. Each relationship, when it ends, really damages me; I never fully recover. That’s why I’m very careful with getting involved, because… it hurts too much! Even getting laid! I actually don’t do that; because I would miss of the person the most mundane things. Like I’m obsessed with little things… (…) I see in them (people) little details, so specific to each, and that move me, and that I miss, and will always miss. You can never replace anyone, ‘cause everyone is made of such beautiful specific details… Like I remember the way you beard has a bit of red in it, and how the sun was making it glow that… that morning right before you left. I remember that, and… I missed it.

.

(Es un alivio comprobar que no soy el único que siente así. Es esto exactamente lo que siempre he dicho sobre mis relaciones amorosas: no cierran. Y eso me hace acordar algo que articulé leyendo a Lucía Bertone leyendo a Martin Keogh: la capacidad de improvisar es también la capacidad de vivir en lo irresuelto. Una vez que se inicia una danza no tiene forma de terminar… )

 

Fin de año

Para rematar el año tengo una gastritis con inflamación intestinal y todo.
Leo «La enfermedad como camino», de Teobaldo y Rodrigo. Esos son los nombres-traducidos-con-cariño de los autores. Asimilar, digerir, analizar. Tomar lo nutricio, eliminar lo superfluo.  Incorporar. In/corporar.
Este año quise hacer todo. Todo. Y todo ya. Atracones. Y me atiborré. A/ti/borré. Hice lo que quise y me hizo feliz.
Suelo comer hasta reventar, hasta que me inflo, me tapo, me tapono. Ahí es cuando me siento pipón-pipón y soy feliz. Se ve que no es muy sano que digamos.
El vacío me reclama. La Nada. Por eso ahora disfruto de hacer-nada. No hay nada que hacer.

El mal de sí

Detente, muerte:
tu infernal chorreado
escampar hace las estanterías
la purulenta salvia los baldíos
de cremoso torpor tiñe y derrite,
ausentando los cuerpos en los campos;
los cuerpos carcomidos en los campos barridos por la lepra.Ya no se puede disertar:

Ve, muerte, a ti.
Encónchate sin disparar el estallido de la cápsula.
Escondida que no seas descubierta.
Pues una vez presente todo lo vuelves ausencia.
Ausencia gris, ausencia chata, ausencia dolorosa del que falta.

No es lo que falta, es lo que sobra, lo que no duele.
Aquello que excede la austeridad taimada de las cosas
o que desborda desdoblando la mezquindad del alma prisionera.
Mientras estamos dentro de nosotros duele el alma.
duele ese estarse sin palabras suspendido en la higuera
como un noctámbulo extraviado.

Nestor Perlongher, El mal de si, en Obras Completas, Seix Barral, Buenos Aires, 1997.

(Tamara Kamenszain también coloca este poema en el centro del poemario, al repetir su nombre como un estribillo en el ensayo incluído en esta edición. No soy el único que se queda sorprendido: no es lo que falta, es lo que sobra)

Carta de amor

Yo creo que pensás en mi, yo te creo al leer que pensás en mi, y eso me arrebata me diluye me roza de un zarpazo la euforia cósmica y no soy yo no soy nada soy un espacio vacío a la espera.
Quién pudiera ser camino para besar tus pies a cada paso, ser colibrí para libar en tu olor a miel, ser árbol que te dé sombra y asombro, ser manantial para acariciar tus palmas blancas limpias, agua que corre fresca…
No hay cordura que detenga este anhelo, no hay voz que lo esclarezca. Firme, más allá de cualquier descripción, me posee, me penetra, me invade y yo me abandono a su gesto tierno a su luz azul y su ardiente pesadumbre…

El acto de escribir III : Enamoramiento y dolor

Hace ya varios años me enamoré perdidamente.
Él era medio jipi, con su ropa raída y arratonada, sus pelos descuajeringados, su barba desprolija.
Tenía un contraste fantástico entre sus ademanes de niño y sus manos de hombre. Entre su andar infantil, de pies hacia adentro, y la intensa fuerza de sus manos. Entre su mirada delicada y sus piernas poderosas.
Derrochaba ternura.
A raíz de ese enamoramiento bestial tuve una fiebre de escritura. Escribía en mi diario (y en mi blog) mis sensaciones, todo lo todo que me pasaba. Escribía poemas, cartas, fragmentos en prosa. Fue un enamoramiento literado, fervorosamente escrito por doquier.
Eso es también lo que escribo, lo que excede, lo que pugna por ser elaborado o sujetado.
Cuando la relación terminó, dejó un desgarro infernal que seguía comiendo letras. Escribí y publiqué, desesperado, una historia de ese amor, plena de detalles y rincones mínimos.
El dolor siguió, por mucho tiempo, y la fiebre devino una herida diabólica que no cesaba de sangrar.Ahora, pasado el tiempo, y ya sin sangrar, pero con la cicatriz, miro esas palabras que el amor dejó. Son palabras plenas de una inocencia, de una frescura, de una ingenuidad que me sorprenden. ¿Yo era eso? ¿Yo sentí eso? Y sí, eso fui, y en esa sorpresa está toda la maravilla a que me reconduce el acto de escribir: ser ya-otra-cosa que lo escrito.

El acto de escribir II : letra publicada

I
Y así, un día, abrí un espacio virtual. Un espacio de windows live. Elegí ese porque me permitía poner presentaciones de fotos, blog, listas, e incluso un reproductor de música, todo en la misma página.
Y fue un espacio que me dio mucha satisfacción. Lo sentía como una ventana hacia mi vida, hacia mi historia. Un esquema esbozado, delineado sobre fragmentos sueltos, que juntos podía armar un retrato.
El placer de la escritura se sumó al placer de la difusión, de remontar palabras como barriletes, soltarlas al viento, con el gesto de quien pide un deseo y sopla un panadero…
Casi escribía lo mismo que en mi diario, pero con ese gesto, esa soltura. El escritor invoca a un lector en su forma. Escribía intimidades, en una exposición salvaje. Historias de amor y desamor. Esas cosas que requerían una respuesta.
Y hubo tantas bellas respuestas, tantas replicas delicadas a esas palabras. No podría terminar de agradecerlo nunca.

II
Casi no hago otra cosa, al publicar, que escribir un diario. Es lo que mi mano anhela, lo que ella quiere decir, lo que clama y pugna por ser expresado. Es eso lo que tiene función «terapéutica» para mí.
¿Tendrá relación ésta, mi manera de escriturar, con el hecho de que no suelo leer ficción?

III
Hasta que un buen dia ya no me sentí cómodo con toda esa exposición descarnada. Me sentía demasiado desnudo, vulnerable y pudoroso. Y borré todo el blog
Quizá haya sido el mismo mecanismo por el cual quemé mi cuaderno a los 12 años. Quemé mi primer blog
Ese blog no tuvo título durante varios años, pero un día me cayó una frase que resumía eso que veía ahí. Todo ese maremoto de vivencias, de intensidades. Y le puse título: «El esplendor de la vida»

El acto de escribir I

I 

El acto de escribir puebla mi vida
Desde hace hace casi veinte años llevo una especie de «diario íntimo».
Al principio (yo tenía doce años) tenía un sentido de recuerdo, de rememoración, incluso de souvenir de esos tiempos, de esa edad, que los adultos insistían en que era la mejor edad de la vida.
En mi caso no fue así.
Sin embargo hubo un cuento que me fue leído, en donde el protagonista escribía un diario, y creo que incluso se llamaba Hernán. Yo estaba en séptimo grado, y el fin de la primaria marcaba el fin de una etapa.
Así comencé a escribir en un cuadernito como los de la escuela, un Gloria de tapa blanda, en donde consignaba cualquier cosa que se me ocurría, tal como quizá siguen haciendo hoy en día los adolescentes (quizá debiera decir las adolescentes, ya que parece una costumbre más que nada femenina) en sus agendas (o en sus blogs)
Esto último me da pie a nombrar dos sensaciones que tenía en aquella época, y que fueron desmentidas en mi propia experiencia: 1) escribir un diario es propio de adolescentes; 2) escribir un diario es femenino.
La cuestión es que yo escribía, y seguramente sobre trivialidades, banalidades cotidianas de púber. Digo seguramente porque despues de que un día escribí in extenso sobre mi tristeza, mi melancolía, mi desesperación, dejé de escribir.
Y unos meses después quemé el cuaderno.
 
II 

Con buen oído, varios años después, mi amiga Manu me dijo: «lo que vos querías era quemar esa época y esas sensaciones de tristeza». Escribir sobre la tristeza es algo que me acompaña aún hoy. Por suerte ya no quemo cuadernos: de la tristeza también se aprende.
Luego tuve una relación intermitente con esa palabra, escribiendo trivialidades en lo que hoy es el cuaderno más antiguo que tengo. Es un cuaderno tipo universitario, de hojas rayadas, y a partir de allí todos fueron iguales, y los fui numerando. Este es el número 2 (y voy por el 12).
Esta es una de esas hojas llenas de adolescentismos.
Luego hubo una interrupción de esa afluencia, por algunos años, y más tarde volví a escribir, en ocasión, qué curioso, de la misma situación: el fin de la secundaria.

A la intención de recordar (¿recordar qué? ¿para qué?) se sumaron otras funciones nuevas en la escritura. Por un lado, pretensiones literarias, y por otro lado, una función terapéutica, digamos. Son funciones que descubrí y no busqué; que encontré en la escritura
Acá un ejemplo. Es el mismo cuaderno.
Y así sucesivamente.
III
Luego me fui encontrando con cosas más sutiles. Escribir me organiza, me ordena. La reflexion más certera es aquella que hago conmigo mismo frente a una hoja; me hablo, me escribo.
Releerme también me organiza, al encontrarme con cosas repetidas, lugares comunes. Es lo que dice Lacan sobre el goce: es lo que vuelve siempre al mismo punto: «une certain maniere de jouir»… Lo que se repite son sensaciones, a veces palabras, incluso escenas. Casi todas las veces que hago un descubrimiento capital sobre mi mismo, encuentro que ya lo sabía, que ya lo había escrito.
También he tenido la sensación de escribir a partir de la desesperación. Lo relaciono con aquello que requiere elaboración, pensamiento, trabajo. Aquello que por excesivo hace estallar todo lo conocido.
Me he encontrado escribiendo sin parar, totalmente atrapado por una máquina de escribir en mi mano. Hay un placer de la mano que escribe, un deleite como de caricia amatoria sobre el papel.
He escrito poemas sin filtro, un automatismo de la escritura, como vómitos enormes y amorfos. He escrito largas disertaciones amorosas, sobre el amor que es y el que no es.
Y ya en los últimos años cuando salgo de mi casa me llevo algún cuadernito pequeño, los de colegio, de tapa dura, para escribir en el bondi, en el tren, en la calle, en cualquier lado. Escrituras de cabotaje, literalmente, porque son las que ocurren en viaje. La urgencia de un descubrimiento o de una reflexión que debe ser recordada…

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