El acto de escribir III : Enamoramiento y dolor

Hace ya varios años me enamoré perdidamente.
Él era medio jipi, con su ropa raída y arratonada, sus pelos descuajeringados, su barba desprolija.
Tenía un contraste fantástico entre sus ademanes de niño y sus manos de hombre. Entre su andar infantil, de pies hacia adentro, y la intensa fuerza de sus manos. Entre su mirada delicada y sus piernas poderosas.
Derrochaba ternura.
A raíz de ese enamoramiento bestial tuve una fiebre de escritura. Escribía en mi diario (y en mi blog) mis sensaciones, todo lo todo que me pasaba. Escribía poemas, cartas, fragmentos en prosa. Fue un enamoramiento literado, fervorosamente escrito por doquier.
Eso es también lo que escribo, lo que excede, lo que pugna por ser elaborado o sujetado.
Cuando la relación terminó, dejó un desgarro infernal que seguía comiendo letras. Escribí y publiqué, desesperado, una historia de ese amor, plena de detalles y rincones mínimos.
El dolor siguió, por mucho tiempo, y la fiebre devino una herida diabólica que no cesaba de sangrar.Ahora, pasado el tiempo, y ya sin sangrar, pero con la cicatriz, miro esas palabras que el amor dejó. Son palabras plenas de una inocencia, de una frescura, de una ingenuidad que me sorprenden. ¿Yo era eso? ¿Yo sentí eso? Y sí, eso fui, y en esa sorpresa está toda la maravilla a que me reconduce el acto de escribir: ser ya-otra-cosa que lo escrito.

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